domingo, 30 de agosto de 2009

Chelmno

Chelmno
Es el último de los campos que visitamos y el primero de los que empieza a operar como centro masivo de exterminio. En torno a 150.000 judíos fueron asesinados en cámaras de gas móviles con monóxido de carbono, siguiendo las experiencias de asesinato masivo comenzadas en octubre de 1939 en la Operación T4, destinada a aliviar económicamente el sistema sanitario alemán mediante la eliminación del “residuo” improductivo y costoso que suponían para el Reich los enfermos crónicos, enfermos mentales, epilépticos, minusválidos... A todos los “incurables” se les aplica lo que llaman una “muerte misericordiosa” (Gnadentod). Georges Bensoussan resalta la línea de continuidad entre este primer programa de asesinato masivo y la Aktion Reinhardt: “La Aktion T4 es la matriz intelectual y técnica del asesinato de masas. La eutanasia y la solución de la cuestión judía se suceden cronológicamente: éstas participan de una misma lógica biológica. La muerte por gaseamiento en Polonia desde septiembre de 1939, induce el procedimiento asesino en uso en el T4 alemán (octubre de 1939), después en el asesinato de masas del pueblo judío (diciembre de 1941). En correspondencia la institución del guetto (1940) y la terapia del hambre a la cual éste es sometido induce esta nueva forma de asesinato utilizada por la Aktion T4 en contra de niños y adultos. En la primavera de 1942, el Estado pone a disposición del general SS Globocnik, responsable de la Aktion Reinhardt, el personal técnico de la Aktion T4, en el primer rango del cual figura el capitán Christian Wirth quien va a convertirse en el organizador de los centros de administración de la muerte de Treblinka, Sobibor y Belzec. El encierro concentracionario y el genocidio están en la continuación de un pensamiento totalitario biologizante, el de un control absoluto de la vida. La Aktion T4 marca criminalmente el advenimiento del bio-poder. El genocidio judío, crimen biológico y crimen de Estado, encuentra ahí directamente su fuente”. Raúl Fernández Vítores: “Lo inaceptable del Holocausto para nosotros es que es nuestro, que nos constituye; lo produce el mismo Estado que produce el welfare. Sólo Roosevelt y Hitler afrontaron la depresión con un presupuesto deficitario y pusieron en marcha la máquina de hacer billetes. La tanatopolítica que más tarde, en un estado de excepción como es la guerra, llevaron a cabo los nazis no es sino el reverso oscuro del welfare, y será a la postre la tentación permanente de las sociedades de control”.
Pero antes de que comenzase la Aktion Reinhardt, se pusieron en marcha las pruebas en Chelmno, una pequeña localidad al noroeste de Lodz en la que sólo vivía una familia judía. Comenzó a funcionar el 8 de diciembre se 1941, un día antes de la fecha prevista para la conferencia de Wannsee. Está dividido en dos partes. En la primera, se encuentran los restos de un antiguo balneario situado junto a la iglesia del pueblo, al que fueron conducidos los judíos procedentes de todo el Warthegau, el territorio polaco incorporado al Reich, que debía quedar, lo antes posible, libre de la presencia judía. También murieron allí asesinados miles de gitanos. Los deportados llegaban al castillo, dejaban antes de entrar sus pertenencias (cuyos restos, después de ser minuciosamente seleccionados y contabilizados, eran quemados en piras situadas a la derecha del palacete), eran conducidos al sótano y obligados a desvestirse. En grupos de unas 70 personas subían a las camionetas de la muerte, unos vehículos preparados mecánicamente (modelo 40, 50 personas, los chasis eran preparados por la Opel y la Renault y la Diamond; en los modelos del 41, son camiones de gaseamiento para 70 personas de la Saurer. Estos mismos camiones son los que, apoyando las tropas de ocupación, iban “limpiando” el terreno conquistado de enemigos políticos, judíos y gitanos) para transformar el dióxido de carbono producido por el motor en monóxido de carbono y conducirlo al interior del camión, provocándoles la muerte en un intervalo de 20 a 30 minutos.


Llegamos a Chelmno. A la izquierda de la carretera se encuentra la iglesia en la que fueron hacinados cientos de judíos durante el funcionamiento del campo y que aparece en la película de Lanzmann. A continuación, se puede acceder a lo que es anunciado como el museo de Chelmno. Se trata de una pequeña caseta en la que están reunidos de forma provisional objetos, mapas, fotos y documentos obtenidos tras las excavaciones arqueológicas que se iniciaron en el año 2001, en una segunda fase (la primera fase de excavaciones se inició en 1986). Allí nos atiende un operario que no sabe inglés pero que procede a buscar a alguien: se trata de una señora mayor, encantadora y que se presenta como Lucya Nowak. Con un precario inglés nos explica detalles y curiosidades de los objetos encontrados y, abusando de su cortesía y de su memoria, le planteamos infinidad de dudas sobre el campo, sus víctimas, sobre cada edificio o rincón de posible interés.
Tras adquirir en el museo del campo un libro sobre Chelmno (Chelmno witnesses speak), descubrimos que la amable dama que nos atendió con tanta deferencia es fotógrafo, la editora del libro y directora del Museo de Konin. En lugar de aparatosos memoriales imponiendo opacidad Chelmno parece gestionado por la elemental sensatez, ejemplar al tiempo que excepcional, de la investigación arqueológica y el mínimo escrúpulo por los lugares de la historia. Estudio, descripción, historia, en lugar de ceremonial, consuelo, memoria.
La segunda parte del campo estaba situado en el claro de un bosque cercano. Allí nos dirigimos.


Una suerte de muro con entrada contiene placas recordando a los asesinados. Tras él, unas cuantas lápidas. A una de ellas se acerca una familia compuesta por dos mujeres, dos hombres cubiertos con senda gorras y una mujer joven. Después de limpiar la lápida pronuncian un kadish. Los dos señores que dirigen la ceremonia son, según nos cuentan ellos mismos con la mediación de la hija de uno de ellos, supervivientes de Birkenau. Con una serenidad que puede parecer extraña en gente que ha vivido el infierno desde dentro pero que no es infrecuente entre los supervivientres que hemos conocido, nos muestran sus brazos tatuados. Procedentes de Lodz, fueron trasladados a Auschwitz, donde trabajaron en la Buna con 14 años. Apenas unos meses antes o un aspecto algo menos robusto hubieran supuesto para ellos la muerte inmediata. En Chelmno murió asesinada casi toda su familia. Han venido 17 veces a rezar al memorial del campo.
El valor del testimonio de los supervivientes y su condición misma de superviviente es incalculable y, sin embargo, este valor es, diríamos, indirecto en cierto modo porque es infinitamente más verdadero el silencio de los que no sobrevivieron al horror nazi (y soviético). Pero estos testimonios son condición de posibilidad para que la verdad silenciosa de los exterminados se haga oír. Sin esas voces, el silencio verdadero de los asesinados se convierte en olvido victorioso de los asesinos. Y el olvido es ignorancia, y la ignorancia es servidumbre, la peor de las muertes, según Platón.
La palabra ofrece la parte humana del horror, la parte soportable. El silencio lo apunta, lo roza en toda su insoportable pureza. La palabra escrita es casi una traición que convierte en soportable lo que no lo es, pero una traición necesaria, la única forma de traición que no traiciona a los acallados por las cámaras de gas (y el resto de procedimientos de las maquinarias de la muerte), condenados a un silencio que es el verdadero legado transmitido por los supervivientes.

martes, 25 de agosto de 2009

Auschwitz

Llegar a Auschwitz I es llegar a un parque temático.

Todo un centro de ocio con bares, restaurantes, pizzerías, tiendas, parkings, etc. se extiende a su alrededor como parte del complejo. Nada se deja a la improvisación. El campo, aunque conservado mejor que muchos otros (los barracones están construidos en ladrillo), está escondido tras la organización de la visita. El visitante no puede acceder a él directamente. Necesariamente ha de pasar por los trámites que impone el Museo. Largas colas para sacar el ticket, otra para recoger los auriculares para escuchar al guía obligatorio, y un relato de tres horas que condiciona una visita que además de parcial es apresurada. Las cámaras de gas y el crematorio I (reconstruidos) son despachados en apenas 5 minutos y apenas una hora basta para concluir la visita de Birkenau. El turista parece no molestarse, más bien al contrario. Se limita a cumplir el ritual de la visita, a conmoverse provisionalmente y tranquilizar su conciencia de hombre civilizado condenando, con obvio lamento, “el hecho” sin necesidad de hacer el esfuerzo de conocer nada de él. Al terminar la visita nada sabrá de lo sucedido, ni sus razones ni sus consecuencias. Recordará, eso sí, los pasajes de El niño del pijama a rayas y algunas secuencias de La lista de Schindler. Pasarán rápidamente por los sótanos del Bloque 11 sin reparar en que, en ellos, se llevó a cabo el primer ensayo de asesinato masivo con Zyklon B, Ácido Cianhídrico (HCn), dos meses antes de los primeros gaseamientos con monóxido de carbono (CO) en Chelmno y seis de que empezase a funcionar el campo de exterminio de Belzec. Rudolph Höss, comandante de Auschwitz, y Christian Wirth, de Belzec, entraron, durante toda la Guerra, en competencia por conseguir los mejores niveles de eficiencia en sus respectivos centros de producción de muerte. Entre el 3 y el 5 de septiembre de 1941 son encerrados, en los sótanos del Bloque 11 de Auschwitz I, 600 prisioneros soviéticos y 250 presos políticos polacos, y gaseados con la sustancia que hasta entonces era utilizada para desinfectar la ropa. Debido a su “éxito”, desde febrero de 1942 en Auschwitz I, y desde marzo de 1942 y hasta el final de la guerra en Birkenau (o Auschwitz II), fueron asesinados alrededor de un millón de personas, el 90% de ellos, judíos. La primera cámara de gas fue improvisada en la antigua morgue adosada a los crematorios, mientras que las cuatro restantes, ubicadas en Birkenau, se construyeron específicamente para llevar a cabo el exterminio masivo. Antes de su construcción, se hicieron varias pruebas en dos granjas expropiadas, las llamadas casa roja (búnker I) y casa blanca (búnker II), que tuvieron que ser reabiertas en 1944 para ayudar a solucionar el problema de saturación durante el asesinato de los casi 400.000 húngaros que entre mayo y julio de ese año fueron trasladados desde el guetto de Budapest.


Entre el bloque 10 (que no puede visitarse y en el que se llevaron a cabo experimentos de esterilización con prisioneras del campo) y el 11, se levanta (también reconstruido) un muro que fue utilizado como paredón y que se ha convertido en improvisado altar donde se encienden velas y se depositan flores, piedras, papeles con mensajes... que, acaso involuntariamente, contribuyen a transformar el lugar del asesinato en espectáculo kitsch o reliquia postmoderna.

La visita guiada termina fuera de las alambradas del recinto penitenciario, en el crematorio I y la horca donde fue ejecutado Höss por las autoridades polacas, que lo juzgaron y condenaron a muerte en 1947, por crímenes contra la humanidad. El delito de genocidio no quedaría definido jurídicamente hasta 1948. Desde el patíbulo, puede verse aún hoy levantada, la casa en la que Höss vivió con su familia hasta el final de la Guerra.



Birkenau, que se encuentra a 3 kms de Auschwitz I, ofrece la entrada al infierno (Dante: “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”) por las vías de ferrocarril que conducen al campo y a las cámaras de gas en su interior. En el edificio de vigilancia se abre una entrada que engulle los raíles. La imagen pertenece ya al imaginario de cualquier ciudadano occidental. Sin embargo, el impacto de dicha visión se ve fuertemente atenuado por el sistemático programa turístico que se impone al visitante. Aun así, el que entra se ve inmerso en una extensión enorme de terreno que contiene los restos de una industrialización de la muerte, en la que cuerpos despojados de sus funciones orgánicas son quemados, reducidos a cenizas y arrojados a las aguas, es decir, convertidos en nada (“Vernichtung”: aniquilación) tras la sistemática descomposición de sus partes. El camino central divide el campo en dos grandes áreas en las que se encontraban los distintos barracones y conduce directamente a las dos cámaras de gas principales (las cámaras 2 y 3), simétricas, y las más eficientes. Entre ellas, ¿cómo no?, se erige el consabido monumento, vanidoso y vano acto institucional de ritualización y sentimentalización del exterminio, el fetichismo de la memoria usurpando el lugar de los rastros de la Historia.

Recorremos las cámaras de gas (y crematorios) 4 y 5 y los prototipos: la “casa roja” y la “casa blanca”, de la que no queda más que un recordatorio, en las afueras del recinto en mitad de apacibles casas de campo habitadas.

Frente al complejo, al otro lado de la carretera, nos encontramos un edificio con el color característico de los del campo, ese rojo oscurecido de ladrillo. Se trata de las viviendas de los SS, convertido tras la guerra en un convento de carmelitas y que ahora es una parroquia. En su interior nos encontramos con una placa que recuerda a Edith Stein, judía convertida al catolicismo que ingresó en la orden y que fue gaseada en Auschwitz el 9 de agosto de 1942.





domingo, 23 de agosto de 2009

Józefów y Belzec

Józefów:

Siguiendo las indicaciones de Cristopher Browning en Aquellos hombres grises, llegamos, desde Belzec a Józefów, donde el 13 de julio de 1942, en pleno desarrollo de la Aktion Reinhardt el batallón de reserva policial 101, al mando de Wilhem Trapp, se desplazó desde Bilgoraj para llevar a cabo la liquidación total de la población judía del pueblo. El Batallón 101, a diferencia de los Einsatzgruppen, estaba compuesto por soldados que al no pertenecer a las SS no estaban especialmente ideologizados. Se trataba de un batallón de apoyo que actuaba en las poblaciones ocupadas por el Ejército alemán. A primera hora de la mañana entraban en el pueblo y en pocas horas habían reunido a las 1.500 personas que formaban la comunidad judía. Fueron conducidas a las afueras y fusiladas. Cada miembro del batallón seleccionaba a una víctima, caminaba con ella hasta el borde de la fosa previamente excavada y le disparaba con la balloneta pegada a la nuca, tal y como les había instruido el médico para evitar errores en el disparo y que la sangre les salpicase. El sistema de fusilamiento era especialmente duro para unos soldados acostumbrados a disparar sobre pelotones anónimos. El comandante al cargo les había dado la posibilidad de no participar en la acción, pero sólo tres dieron un paso adelante para no hacerlo. Los demás se convirtieron así en verdugos voluntarios. Después de visitar la sinagoga, convertida, como la de Zamosc en biblioteca

pública, buscamos infructuosamente el lugar de los fusilamientos. No lo encontramos. Un vecino nos indica el lugar donde se encuentra el viejo cementerio judío, de la segunda mitad del siglo XVIII, hoy abandonado y casi enterrado por la vegetación.


Ventana de la Sinagoga de Jósefów


Cementerio judío, a las afueras de Józefów


Belzec:

El 20 de enero de 1942, en una mansión de los suburbios de Berlín, en la calle Wannsee, se reúnen jefes de la Gestapo, las SS, técnicos de los ministerios de Interior, Justicia, Relaciones Exteriores, del Partido y otros organismos del Reich alemán. Su objetivo no era otro que coordinar de una manera eficiente las distintas operaciones de exterminio masivo de población judía que se estaban llevando a cabo desde el verano anterior. El 8 de diciembre, un día antes de la fecha prevista para la reunión, aplazada probablemente, según varios autores, por la entrada de EEUU en la guerra, había comenzado a funcionar el primer centro de administración de la muerte en la localidad de Chelmno. Belzec es el primer campo diseñado exclusivamente como lugar de exterminio en el marco de la Aktion Reinhardt. Las cámaras de gas comienzan a funcionar el 17 de marzo de 1942 y son reformadas y ampliadas a seis, en julio de ese mismo año. Hasta su cierre un año después, fueron asesinados con monóxido de carbono alrededor de 450.000 judíos. Entre abril y junio de 1943 toda la infraestructura fue destruida y los últimos miembros del Sonderkommando fueron trasladados a Sobibór para su aniquilación. En un principio, los cuerpos eran enterrados en fosas comunes (se han llegado a contabilizar hasta 33) porque en Belzec nunca hubo crematorios. Ante la inminencia del cierre del campo, entre enero y abril de 1943, los cuerpos fueron desenterrados y quemados en enorme piras instaladas sobre raíles de tren. El hedor que desprendieron los cuerpos quemados se pudo oler a 25 kilómetros. El campo fue arado, sembrado de pinos y convertido en granja al cuidado de una familia ucraniana. Hoy, un enorme memorial se levanta en el perímetro que ocupó la instalación. La simbología emotiva ocupa, una vez más, el lugar de lo sucedido.

En el museo, sin embargo, se expone un informe firmado en 1944 por Globocnik, uno de los máximos responsables de la Aktion Reinhardt, en el que detalla los beneficios obtenidos en la eliminación de los judíos en Belzec. La utilidad económica del Holocausto es uno de los elementos determinantes para comprender lo ocurrido. El expolio minucioso de los bienes, tanto materiales como en divisas, de los seis millones de judíos asesinados en los años de la Segunda Guerra Mundial sirvió para financiar el 5% del gasto total de guerra alemán. Para ello no hizo falta poner en marcha ninguna infraestructura especial, sino que fue utilizada la ordinaria porque, al fin y al cabo, del llamado problema judío se ocupaba solamente una subsección ministerial.


A las expropiaciones de inmuebles, comercios, industrias, divisas y valores de bolsa se añadían los muebles de las casas incautadas y todas las propiedades que cada uno llevaba a su llegada al campo, dinero en efectivo, joyas, zapatos, ropas, utensilios... y hasta el pelo, utilizado para hacer colchones y almohadas. Todo ello era sistemáticamente contabilizado e incorporado a las cuentas del Reich. Kurt Gerstein, ingeniero afiliado al partido nazi, participó como miembro del Instituto de Higiene de las Waffen SS en los primeros gaseamientos de judíos en Belzec. En el Museo del campo se encuentra este fragmento de su testimonio, que remarca el factor económico del proceso:



("En el interior [de la cámara de gas], la gente permanecía de pie, como pilares de basalto, donde no había una sola pulgada de espacio para caerse o apoyarse. Aún se podía ver a las familias cogidas de las manos, incluso en la muerte. Era un trabajo duro separarlos cuando las cámaras eran vaciadas para preparar la siguiente tanda.

Los cuerpos estaban abotargados, azules, húmedos por el sudor y la orina, las piernas llenas de heces y sangre menstrual. Un par de docenas de trabajadores examinaban las bocas de los muertos, que eran abiertas con ganchos de hierro...

[...] Otros trabajadores inspeccionaban los anos y los órganos genitales en busca de dinero, diamantes, oro, etc. Los dentistas extraían los dientes de oro, los puentes y las coronas. En medio de ellos el capitán Wirth estaba de pie, en su elemento. Mostrándome una dentadura, dijo: "Mira por ti mismo. ¡Simplemente observa el montón de oro que hay! No te puedes imaginar lo que encontramos cada día...")

sábado, 22 de agosto de 2009

Sobibor


Para llegar a Sobibór hay que atravesar un espeso bosque de álamos y pinos por un camino de tierra. En su entrevista con Laurence Rees, Toivi Thomas Blatt recuerda que Sobibór era un lugar irónicamente muy bonito.

Seguimos la vía de tren que finaliza en la rampa de descarga de los prisioneros de Sobibór. Hoy casi enterrada por la vegetación, como si el paisaje se empecinara, también, en ocultar lo sucedido. Reconocemos la secuencia en la que Lanzmann, en Shoah, entrevista al jefe de estación que vive junto a lo que fue la entrada al campo. Dos niños pasean en bicicleta. Una familia escucha música y prepara una barbacoa mientras ve caer la tarde en su jardín. Al lado, en el lugar en que se encontraban los barracones de los guardias ucranianos, hay un campo de fútbol. La vida cotidiana, la paz y el silencio del lugar, todo parece transcurrir ajeno a la historia, en una ilusoria atemporalidad.


“El proceso [de exterminio de judíos en Sobibór] en el que Toivi Blatt [superviviente e integrante de la fuga de dicho campo] participó era tan eficiente, tan bien diseñado para evitar todo tipo de trastornos, que tres mil personas podían llegar, ser despojadas de sus posesiones y prendas de vestir y, finalmente, ser asesinadas en un lapso de menos de dos horas. [Blatt:] «Cuando el trabajo hubo acabado, cuando los cuerpos fueron retirados de las cámaras de gas para ser quemados, recuerdo que pensé que era una noche hermosa, estrellada, realmente tranquila … Tres mil personas habían muerto, pero nada había pasado. Las estrellas estaban en el mismo lugar. »"

LAURENCE REES, Auschwitz, cap. 4


Recorremos el mismo camino que conducía a los recién llegados a la cámara de gas. Muchos, sobre todo lo que venían de fuera de Polonia, pensaban que habían sido enviados para trabajar en la industria pesada de guerra alemana. La belleza del paisaje contribuía a disuadirles de pensar en una muerte inminente. El 14 de marzo de 1943, un grupo de ellos, llegados desde Holanda y Francia, fue recibo por una orquesta de música. En la sala donde tenían que dejar su pertenencias y desnudarse había una mesa con postales para que, quien quisiera, pudiese escribir a sus familiares. Dos horas después, sus ropas habían sido clasificadas, su dinero contabilizado, sus joyas requisadas, las postales, quemadas, y ellos, también convertidos en cenizas.

Majdanek

Casi antes de salir de Lublin, el antiguo cuartel general de la Gestapo, en lo que fuera un suburbio de la ciudad, en medio de un inmenso paraje verde, aun permanecen en pie las alambradas, las torres de vigilancia y algunos barracones del campo de trabajo y exterminio donde fueron asesinadas casi 80.000 personas. Majdanek no formaba parte de los campos puestos en marcha para llevar a cabo la Aktion Reinhardt, pero en septiembre de 1942 se comienzan a gasear a todos los judíos del guetto de Lublin y de otros guettos de Polonia. Los detenidos eran conducidos en tren hasta la estación y caminaban luego un kilómetro y medio hasta el campo. Los cargamentos de prisioneros destinados al trabajo eran seleccionados en el “Jardín de las rosas”, una plaza situada a la entrada del campo. Despojados de sus pertenencias y desnudos, pasaban ordenadamente a los dos pabellones de “desinfección” que se levantaban junto a plaza. Al entrar, se les cortaba el pelo, se les daba una ducha y recibían el uniforme de prisionero con el número cosido en la camisa. A los judíos se les marcaba con una estrella de David. A los Testigos de Jehová, un triángulo invertido marrón, los delincuentes comunes, uno azul, los homosexuales, uno rosa y los prisioneros políticos, uno rojo. Todos quedaban clasificados. Inmediatamente pasaban a instalarse en los barracones de los seis campos (cada uno de ellos albergaba más de 4.500 personas). Los “cargamentos” destinados a la muerte, hacían otro recorrido. Desde la plaza, andaban los escasos cien metros hasta las cámaras de gas. Allí, hacinados y a oscuras, morían en apenas unos unos minutos. Sus cuerpos eran sacados por la puerta trasera de la cámara, apilados en unas parrillas improvisadas (todo en este campo parece extrañamente improvisado) y quemados. El olor debía llegar hasta el mismo castillo de Lublin.




En Majdanek, a diferencia de Treblinka, donde el memorial ha reemplazado al campo, el monumento conmemorativo se añade al complejo arquitectónico histórico. Donde el discurso pone adjetivos, la institución pone memoriales. Los visitantes parecen más interesados en estos recintos religiosos que en entender detalladamente el proceso del exterminio.

viernes, 21 de agosto de 2009

Treblinka y Lublin

Lo primero es defenderse de los adjetivos. No usarlos para defenderse de lo insoportable. No parapetarse tras la inercia de valorar. Ceñirse, en lo posible, al sustantivo, al hecho, a la realidad en toda su desnudez.
Hemos presenciado el primer atisbo de la ausencia: Treblinka.

No queda allí nada más que la torpe mano de la memoria reemplazando con piedras el horror de la Historia, el acto de nadificar, el vacío consumado, el homicidio industrial a gran escala. Donde hubo aniquilación se erige, inevitable y consoladora, la ceremonia de la conmemoración, la liturgia del recuerdo. Triste. Inexorable.
"Never again", reza la inscripción del memorial situado en el lugar en que los judíos fueron gaseados.

Fragmento de la entrevista de Gitta Sereny a Franz Stangl, comandante de Sobibor (marzo-septiembre 42) y Treblinka (septiembre 42, agosto, 43):


"- Entonces, ¿no pensaba que eran seres humanos?
- Carga -dijo con voz apagada-. Ellos eran cargamento.
- ¿Cuando piensa usted que comenzó a pensar en ellos como en una carga?
- Creo que comenzó cuando vi por primera vez el Totenlager [la sección del campo en el que se asesinaba a las víctimas]. Recuerdo que Wirth [uno de los comandantes] estaba parado allí junto a las fosas repletas de cadáveres azulados. Eso no tenía ninguna relación con la humanidad, no podía tener ninguna relación con la humanidad. Era una masa de carne en putrefacción. Wirth dijo ¿qué haremos con toda esta basura?. Creo que esto es lo que me llevó a pensar en ellos como en una carga.
(...)
- ¿Acaso podemos decir que se acostumbró a los aniquilamientos? -El pensó un instante-.
- Para decir la verdad, -dijo lentamente después de pensarlo-, sí, nos acostumbramos al aniquilamiento.
- ¿Tardó días, meses, años?
- Meses, pasaron meses hasta que pude mirar a alguno de ellos a los ojos. Lo reprimía a través del intento de crear un lugar especial: jardines, cuarteles nuevos, cualquier cosa nueva. Peluqueros, sastres, zapateros, carpinteros, había allí miles de cosas para distraer la atención. Utilicé todas.
- ¿Aún así, si lo sentía fuertemente, sin duda había momentos, cuando llegaba la noche, en los que no podía no pensar en eso?
- A fin de cuentas, lo único que ayudaba era la bebida. Todas las noches me llevaba a la cama un vaso grande de cognac y bebía.
- Me parece que está evadiendo mi pregunta.
- No es mi intención evadirme. Claro que los pensamientos surgían. Pero yo los expulsaba. Me obligaba a mí mismo a concentrarme en el trabajo y nuevamente en el trabajo."

¿Never again?...

Varsovia

20 de agosto de 2009. Llegamos a Varsovia.

Más que de Dios

ya no espera del hombre

quien es ateo

(Raúl Fernández Vítores)


Viajamos a los lugares olvidados, al corazón del exterminio, con la certeza de que nada veremos, de que las pruebas han sido borradas. Y no encontraremos sino lo que llevamos en nuestra memoria y en las notas arrugadas de nuestra biblioteca, donde todo tiene sentido, donde podemos acercarnos a la totalidad del relato, donde todo es real, y poliédrico, donde hay personajes, parajes, arquitecturas concretas descritas minuciosamente por los supervivientes y de las que nada queda ahora. Todo ha sido borrado, y el Holocausto, desplazado hacia el ámbito de lo literario. Imre Kertesz: “El campo de concentración, sólo es imaginable como literatura, no como realidad”. ¿Es acaso el del Holocausto un relato mitológico, bíblico, que no existió y juega el papel de advertir e instruir, de prevenir los peligros que encierra el alma humana? Recorremos las calles de Varsovia y encontramos sólo unas pequeñas cicatrices dispersas en los barrios que durante tres años quedaban dentro del guetto. Es muy difícil hacerse a la idea de lo que ocurría cada mañana en la Umschlagplazt, donde casi 7.000 personas al día subían a los vagones que les conducirían a Treblinka para ser asesinados en las cámaras de gas.

Cerca de allí, un monumento conmemorando la insurrección liderada por Mordechai Anielevitz.

Residuos aislados de la judeofobia alemana y polaca. Frente a ello, la forzada celebración de un levantamiento, el de la resistencia polaca contra la ocupación en 1944, que fue excepción.

Pero ¿tiene acaso una ciudad la culpa de estar habitada por unos cuantos seres humanos?



Hay quienes reivindican la memoria porque creen que el hombre aprende de los errores cometidos (Nunca jamás, dicen). No es nuestro caso. Ninguna esperanza de redención de la Humanidad nos mueve para acometer este viaje. Sólo el de comprender (Spinoza: "Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere"), la obsesión por la descripción minuciosa de lo acontecido, paso a paso, el guetto, la selección, el viaje, la confiscación...

Raúl Fernández Vítores: “El mejor manual de Ética que he leído es el libro de Raul Hilberg: La destrucción de los judíos europeos. En él queda demostrado que una estricta descripción es, a su vez, el máximo compromiso ético”. Sabemos que si ha ocurrido, en el corazón de nuestra cultura (y de ahí su singularidad frente en a los otros genocidios del siglo) volverá a ocurrir porque “fueron hombres quienes a otros hombres hicieron esto”. Y lo volverán a hacer. Sólo esperamos que no nos coja vivos, que no nos veamos ante tales dilemas. El Ser Humano, con mayúsculas, escribe Kertész, no “puede salir intacto de Auschwitz”.